lunes, 2 de febrero de 2015

Estaciones


Su nombre es Damián; tiene el cabello castaño, oscuro como el color de la tierra. 
Le gusta escribir poesía y dibujar -casi tanto como a mí me gusta mirarlo-. 
No recuerdo cómo es que me enamoré de él, solamente un día me encontré imaginando una vida a su lado... y lo mismo al otro día, y todos los días de las semanas siguientes. Han pasado algunos años desde entonces.

Prácticamente he crecido a su lado, pasamos tardes enteras juntos. 
Existe un silencio especial entre nosotros; cómodo, distinto, sin embargo inquebrantable
En realidad nunca ha pensado en mí de la manera en que yo lo hago sobre él y, siendo sincera, dudo que algún día lo haga...

Desde mi lugar siempre he visto directo a su habitación a través del enorme ventanal de su balcón. Me gusta imaginar que puedo colarme por esa puerta en las noches -y debo admitir que en ocasiones lo he intentado-. También me ayudo del viento para acompañarlo en su camino a la escuela, y a veces quiero ser el aire mismo para permanecer a su lado a toda hora.

Siempre he sido observadora -mi mejor cualidad- así que he memorizado casi todos sus gestos y las cosas que prefiere. Cuando algo le molesta suele rascarse el cuello con la mano izquierda; a veces se muerde las uñas; cuando se siente agobiado y está pensando acomoda rápidamente con sus dedos el ondulado de su cabello sobre su frente; aborrece los dulces de mantequilla; bajo su cama esconde un dinosaurio de peluche -que mantiene desde la infancia-; adora de manera especial su cámara instantánea y, el dibujo es una de sus más grandes pasiones, por lo que tiene numerosas carpetas, todas repletas de bocetos.

Cuando estaba en la secundaria, hace algunos años, se enamoró de una chica -linda debo reconocer-.  Verlos juntos me producía un extraño sentimiento -probablemente de envidia- . Después de todo él parecía muy feliz a su lado... 
Al cabo de unos meses ella terminó su relación por otro chico. Miré a Damián estallar en rabia, destrozar su habitación, llorar noches enteras hasta quedarse dormido... y yo deseaba, con tanto fervor, poder reconfortarlo -lo intentaba de hecho, pero... a los hombres jamás les han hecho sentido las flores en sus burós. 

No me quedaba más que tratar de verme linda para él al dibujarme, parecía que sus dibujos le dejaban más satisfecho cuando yo me arreglaba. Le gusta dibujarme, y a mí la manera en que plasma cada detalle de mí.

Damián siempre ha odiado el otoño porque le cuesta trabajo dibujar árboles sin hojas. Casi es Octubre... y -como cada año la naturaleza me reclama suya- no puedo evitar sumirme en esta especie de depresión en que no puedo hacer más que ver mis hojas caer; el frío se apodera de cada grieta en mi corteza y finalmente, al llegar el Invierno, soy obligada a caer en un sueño profundo, un trance inevitable -no puedo despertar sino hasta la Primavera-. Siempre ha sido así... Es corto el tiempo que estoy -del todo viva- a su lado.

Deseo en lugar de ramas, tener brazos; en lugar de las flores, una cabellera castaña; y en donde estas raíces un par piernas; habitar un cuerpo como el suyo y no tener que infiltrarme a su habitación en forma de hojas o naturaleza caída.

Es en mi sueño invernal cuando imagino que soy una mujer, que me abraza y me mantiene junto a él, que puedo sentir su calor y besarlo a placer. Que siente mi presencia y puede verme en realidad. Es en mi sueño invernal donde puedo susurrarle al oído -con mi dulce voz- que lo amo.